9/8/12

CENA ROMÁNTICA. Primera parte.

En una cena romántica lo que cuenta no es tanto qué se come, sino cómo se come.
Para muestra un botón. No es lo mismo ver al chico que te gusta chupandose los dedos después de comerse unas machas a la parmesana que verlo luchar con el cuchillo y el tenedor para desmenuzar una pechuga de pollo.
Tampoco simpatizo con la idea de los alimentos afrodisíacos. Aunque no soy experta en el tema. Pero insisto en que lo afrodisíaco de los mariscos debe ser que a la mayoría de ellos se los disfruta mejor si se los come con las manos. Esto tiene sus límites y como en casi todas las cosas, el justo medio suele ser un buen punto de partida. O sea, a una tarta de acelga no hay con qué darle a la hora de matar pasiones. Uno aprendió eso en la infancia, cuando llegaba muerto de hambre de la escuela y salía a recibirte aquel inconfundible aroma a guiso de coliflor. En el mismo grupo se inscriben los garbanzos y el brócoli, el mondongo y las milanesas de soja. Los unos por flatulentos y los otros por carecer de todo encanto.
 Recuerdo un cuento genial de Fontanarrosa en el que cuestionaba la extendida costumbre de comer antes de hacer el amor. Insistía en que lo lógico sería el orden inverso, sobre todo si consideramos las consecuencias poco favorables para la seducción de una digestión difícil.
Resumiendo. Si tu idea es despertar el apetito sensual del comensal, conviene evitar los platos que evoquen imágenes edípicas u hospitalarias (sopas, verduras hervidas, gelatinas, etc.)  y apostarle a los sabores definidos, incluso picantes, en presentaciones que se dejen comer sin cubiertos. Los colores vivos y las texturas cremosas convienen antes que los marrones y lo granulado.
Es fundamental el vino de buena calidad que acompañe discretamente. No vale ahorrar en estos casos. Sobre todo porque las cenas románticas no son cosa de todos los días. Olvidate del queso mantecoso, de los ravioles de caja y de la salsa de tomate en saché.
Todo lo antes dicho cuenta a la hora de sentarse del lado de la invitada. Si te esperan con sanguchitos de salame y queso, es probable que estés asistiendo a la fundación de una gran amistad. No te confundas.
Es de lo más machista la condescendencia con los hombres porque pobrecito, me cocinó. Eso es, además, de muy mal pronóstico. Las apuestas en el amor empiezan temprano, y se juegan en las cosas más nimias.
Porque la vida de a dos está hecha de eso. Los grandes momentos son cuatro o cinco. El resto es rutina a la que se le hace frente con una comida rica, un plato nuevo, una sorpresa, un llamado inesperado, un regalo porque sí, un beso apasionado, un buen vino el martes a la noche o una larga conversación sobre cualquier cosa que no sea "nosotros".
Qué preparar depende de muchos factores. Quién es él, porqué lo invitás a comer y no al cine, en qué momento de la relación están, quién sos vos cuando estás con él -porque las mujeres somos varias en una sola- y qué esperás de ese encuentro.
Las opciones son infinitas y el resultado suele ser siempre el mismo: el pibe se va pensando que su mamá cocina mejor aunque vos estás mucho más rica.


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