15/10/12

CENA ROMÁNTICA (segunda parte)

Supongamos que a la cena le siguió un desayuno, y más cenas, y los padres de él, y los tuyos, los amigos, las vacaciones juntos, las confesiones de alcoba -sobre tus ex y las suyas- las tardes ensayando nombres para los hijitos, el cepillo de dientes en su casa, las llaves de tu casa en el llavero de él, etc.
Si ya superaron los cinco años de casados -y continúan juntos contra todo pronóstico- con hijos, probablemente las cenas románticas sean un recuerdo lejano. Tan lejano como los tacones, la lencería erótica y las flores para el cumpleaños. Cada tanto el eco de lo que fueron produce algún efecto inesperado y te pasa que lo ves venir de lejos por la calle y pensás qué tipo más guapo antes de darte cuenta que es tu marido.O te despertás una mañana y lo enganchás mirándote dormir con cara de pavo.
Supongamos que ya renunciaste a la fantasía de la amazonas montando un potro salvaje cuando te toca una noche buena. En cambio, te sentís casi orgullosa del pony simpático y cumplidor que relincha en tu establo. Supongamos que gracias a la sabiduría que dan los años y a la templanza de carácter que acompaña el ejercicio de la maternidad, hace rato dejaste de esperar que aparezca el esquivo unicornio azul. Dudás incluso de que alguien más que Silvio lo haya visto alguna vez.
A pesar de todo, de vez en cuando te pasa que te colgás mirando a un par de adolescentes comiéndose a besos y te embarga una envidia espantosa. No les envidiás la juventud, ni los cuerpos firmes, ni la enorme cantidad de tiempo libre que tienen. Les envidiás los besos húmedos, largos, sin apuro y sin pausas. Porque no hay nada más aburrido y triste que esos besos secos, apurados, de pato distraído con los que se pueblan los días transcurrido un buen tiempo de conviviencia. Entonces te jurás que vas a recuperar lo que es tuyo esta misma noche. Cena romántica, te anunciás.
Pero inmediatamente te asalta el juicio de realidad. En qué puede consistir una cena romántica cuando estás esperando a que los pibes se duerman para depilarte las cejas mientras te fumás un pucho y contestás un correo al lado de la olla a presión donde hierven los porotos para mañana, te preguntás.
Si hace tiempo que las velas en tu casa solo se usan cuando se corta la luz y los platos de la porcelana de casamiento que sobrevivieron a la infancia de tus hijos te sirven ahora para ponerlos debajo de las macetas pero aún conservás en el fondo de una alacena un par de copas de vino tinto, no todo está perdido.
Mi idea de cena romántica en ésta época de la vida consiste en tener de vez en cuando un ratito para sentarnos sobre las mesadas de la cocina, cada uno con su copa de vino, picotear unos buenos quesos con pan tostado y frutos secos y hablar. Conversar, contarse cosas, porque con los años uno se va anoticiando de la soledad que acompaña a los momentos más complicados de la vida. En ese exilio de la tierra prometida que es la adultez, cruzarse cada tanto en la propia cocina con un buen compañero es una ocasión para festejar.
No es tan complicado.



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